Dando continuidad a las explicaciones teóricas y científicas, juntos a varios de los experimentos que se han llevado a cabo desde diferentes disciplinas para conocer el impacto de las palabras en nuestro sistema fisiológico, emocional y de creencias, y que presentamos en el último post, hoy vamos a seguir profundizando en estos conceptos para analizar cómo los podemos utilizar a nuestro favor y para nuestro bienestar.
Y habíamos mencionado el metamodelo de la PNL, cuando hablamos de las creencias limitantes y potenciadoras que tenemos “instaladas” o que podemos “reprogramar”. Uno de sus autores, Robert Dilts, también analizó cómo las palabras que utilizamos no solo describen, sino que también crean y definen nuestra experiencia subjetiva de la realidad. Es decir, el lenguaje moldea nuestra percepción, y así nos lo explican también desde la ontología del lenguaje; no solo describe y moldea, sino que también el lenguaje crea realidades (es un agente activo, no meramente pasivo-descriptivo).
Según el marco que propone Robert Dilts en su libro "El Poder de la Palabra", el lenguaje opera e impacta en tres niveles principales: neurológico, emocional y conductual.
Nivel Neurológico:
Las palabras activan patrones neuronales específicos en el cerebro.
El lenguaje que usamos moldea literalmente nuestros pensamientos, creencias y percepciones de la realidad.
Por tanto, podemos sugerir algunas recomendaciones para impactar positivamente en este nivel. Por ejemplo:
- Enriquecer nuestro vocabulario (lectura y escucha de buenos autores y comunicadores) y utilizar palabras precisas y evocadoras de soluciones que estimulen nuevas conexiones neuronales.
- Cambiar las preguntas internas limitantes por otras más potenciadoras (y que nos hagan protagonistas, dejando de colocarnos como víctimas de las circunstancias) ¿Qué puedo hacer para…? ¿qué puedo aprender de esta situación? ¿qué debería dejar de hacer o cambiar?
Nivel Emocional:
Ciertas palabras y patrones lingüísticos disparan respuestas emocionales automáticas.
El tono, ritmo y entonación de nuestro lenguaje vehiculizan emociones.
La elección de palabras positivas o negativas impacta nuestros estados anímicos.
Por tanto deberíamos estar atentos a la “carga” emocional que tienen determinados términos, los que escuchamos e interpretamos bajo nuestro filtro subjetivo, y aquellos que pronunciamos y que son “descifrados” por otros. Al igual que determinados términos objetivos y de baja carga emocional, como por ejemplo “mesa” no son interpretados/asociados de la misma manera por un carpintero, o un arquitecto, un estudiante, un cocinero o un comensal (vivencias y expectativas diferentes ante el mismo objeto), cuando los términos son subjetivos y tienen alta carga emocional (justicia, crueldad, corrupción, amenaza,…) y sobre todo son expresados en un determinado tono y forma, y por cierta persona (a la que le demos o no credibilidad), el impacto en nosotros puede ser aún mayor.
Nivel Conductual:
El lenguaje que usamos influye en nuestras acciones y comportamientos.
Palabras motivadoras e inspiradoras movilizan a la acción efectiva.
Órdenes e instrucciones claras y bien formuladas producen mejores resultados.
Y es que cambios a nivel cognitivo (una nueva idea o concepto, una posibilidad de abordaje o interpretación diferente, un reconocimiento e incentivo que recibamos) van a generar en nosotros cambios a nivel emocional (cómo nos sentimos) y esto promoverá y facilitará cambios a nivel conductual (qué hacemos y cómo actuamos), lo cual nos llevará a lograr diferentes resultados a los que veníamos obteniendo, retroalimentando y fortaleciendo este círculo de palabras, pensamientos, emociones y acciones hacia una dinámica más virtuosa y productiva.
Al tomar conciencia de estos tres niveles operativos del lenguaje, podemos aprovecharlo de manera intencionada para reprogramar nuestros pensamientos (eliminamos el “programa/creencia” limitante e improductivo, y lo sustituimos por un nuevo programa probado y superador). De esta manera estaremos en condiciones de gestionar/manejar nuestras emociones de manera más consciente (inteligencia emocional) y catalizar conductas más efectivas y constructivas en diversos ámbitos de la vida (inteligencia social y comporta-mental).
También diversos estudios han demostrado que las palabras que utilizamos tienen un impacto significativo en nuestra fisiología y nuestras emociones, además de los ya mencionados en el post anterior. Algunos de esos principales efectos son:
Impacto fisiológico:
Las palabras positivas y negativas activan diferentes regiones cerebrales y desencadenan respuestas corporales distintas.
Las palabras de afirmación, ánimo y calma pueden reducir los niveles de cortisol (hormona del estrés), la presión arterial y el ritmo cardíaco.
Las palabras hostiles, amenazantes o denigrantes aumentan la activación del sistema nervioso simpático (respuesta de lucha o huida) y los niveles de adrenalina.
Ciertos términos “cargados emocionalmente” evocan respuestas psicosomáticas como dolor, tensión muscular o dificultad respiratoria.
Las palabras positivas liberan dopamina y serotonina, neurotransmisores relacionados con el placer y el bienestar.
Impacto emocional:
Las palabras positivas y afirmativas generan emociones más placenteras como alegría, esperanza y confianza.
Los insultos, críticas y lenguaje negativo provocan emociones desagradables como ira, tristeza, vergüenza o miedo.
Términos afilados y agresivos intensifican emociones como el enojo u odio.
Palabras tiernas y amables promueven emociones cálidas como el amor, la compasión y el apego.
Este vínculo directo entre las palabras y nuestras respuestas físicas y emocionales se debe principalmente a que el cerebro no distingue completamente entre una experiencia real y una experiencia evocada verbalmente.
Por eso, utilizar un lenguaje positivo y constructivo tiene beneficios terapéuticos, mientras que un discurso negativo, violento o patológico puede afectar nuestra salud física y mental (individual y colectiva).
Por ello, ser conscientes de este poder e impacto que tienen las palabras nos permite elegirlas sabiamente (cuidadosa-mente), y emplearlas como una poderosa herramienta de influencia e inversión en nuestro bienestar integral.
¿Ahora queda un poco más claro, y validado científicamente lo que nos decía el Maestro del cuento de las piedras y el lago? ¿y el Dr. Masaru Emoto?.
Entonces, ¿qué hacemos con los medios de comunicación que nos “rodean” y nos “bombardean” con mensajes constantemente y que si analizamos su “contenido y carga” lo que hacen es generar impactos mayormente muy negativos y nocivos?
Hace ya un par de posts, mencionamos la “dieta hipoinformativa”, y esa es una de las principales recomendaciones y “receta” para vivir desde una emocionalidad más positiva, y nutrirnos con contenido e información que realmente nos interesa y aporte, e incluso desponer de más tiempo y energía para aquello(s) que nos hace(n) bien.
Arranquemos primero analizando el “grado e intensidad de exposición” que tenemos hoy a los medios, respecto a lo que era hace unas décadas donde te informabas (de lo que tocaba en aquel momento, por supuesto) a través de un diario, de algún programa de radio y en un noticiero, invirtiendo un máximo de 2-3 horas diarias de consumo de noticias e información general, del país y del mundo.
Hoy, en la época del mundo digital “pasando por encima” al analógico, con las redes sociales que nos “tirotean” constantemente con mensajes, noticias y fake news en masa, y con la posverdad como bandera (si es verdad o no, eso no importa!), están trabajando el inconsciente colectivo, el alienamiento de la sociedad el y a la vez alineamiento social más grande que hayamos conocido.
¿Cuándo, en la historia de la humanidad, hemos estados tan absorbidos, condicionados y viralizados por contenidos e información, mucha de ella de dudosa calidad y veracidad, durante todas las horas del día en las que nos encontramos “despiertos”?. Parecería que estamos más conectados a la tecnología que a la Vida y a las personas que nos rodean…
El tono actual de los noticieros, a los que vamos voluntariamente desde nuestro sesgo ideológico a escuchar lo que queremos que nos digan, nos transmite argumentos acusatorios y un estilo de hostilidad y agresividad, que al impactarnos directamente, diariamente e intensa-mente, nos hace (como ahora ya sabemos) más agresivos y hostiles, lo cual lleva a la polarización, división y enfrentamiento social.
Y por supuesto, el algoritmo y las plataformas seguirán trabajando para darte más de lo que pides, de lo que te gusta, y de lo que quiere que te guste. Así seguirás dándole al like y brindándoles tu atención y tu tiempo.
Ojo! No quiero decir con esto que las redes sociales son malas en sí mismas, porque no es cierto, de hecho, tienen un potencial increíble de interconexión, permitiéndonos compartir y acceder a muchísima información y contactos de interés. Del potencial de Internet ya vamos a hablar en otra ocasión, pero hoy seguimos con el poder e impacto que tienen las palabras en nosotros y en los otros.
Estos impactos de los medios yo los empecé a “sufrir conscientemente” hace ya unos cuantos años, antes de venir a la Argentina. Estaba en aquél momento en un proceso de búsqueda interna y con un fuerte foco en mi desarrollo personal y profesional. Ahí empecé a sentir y darme cuenta de esos impactos nocivos a partir de los hábitos inconscientes y automáticos que tenía. Por las mañanas, me levantaba bien temprano, hacía algo de gimnasia y ejercicio, y después de bañarme iba a la cocina a desayunar y ahí ya prendía la TV… y lo hacía en piloto automático!!. Por supuesto, ni lo pensaba, de hecho creía que de esa manera la TV me acompañaba (como si no fuese hermoso desayunar en silencio, difrutando de ese momento estando presente con un@ mism@, “ordenando” los pensamientos y “saboreando” lo que había en el plato o en la taza).
Recuerdo el día que me tuve que “desayunar” una violación horrible a una menor, con todo el “aderezo” de testimonios y declaraciones que le ponían a la “noticia”, y recuerdo qué me pregunté “¿qué necesidad tengo yo de saber y de “ingerir” esto? ¿qué me aporta?, porque estoy empezando mi día para “atrás” con esta sensación y emocionalidad que me ha dejado y con las imágenes desagradables que se han “metido” en mi cerebro”… Ahí me di cuenta que eso no sumaba, sino que restaba y mucho, a mi energía, emocionalidad y predisposición para encarar el día y para mirar a otras personas e interactuar con la sociedad y la vida.
En esa misma época además descubrí cómo funcionaban nuestros “tres cerebros” y cómo además de la respuesta que podía tener mi cerebro límbico o emocional, estaba limitando y reduciendo la capacidad de mi neocórtex o cerebro prefontal, metiéndole datos e información no necesaria que se estaba “consumiendo” la capacidad diaria de este cerebro para después poder concentrarme y ser productivo en mis tareas y reuniones. Por tanto ahí decidí que eso no me servía, no me hacía bien y me limitaba, y que por tanto iba a probar a cambiar ese hábito de encender la televisión como primera rutina. Lo probé, y me ha servido tanto, que ya no he vuelto más.
Y es que si “somos lo que comemos”, prefiero iniciar mi día con una buena “banda sonora”, con música que me genere un buen estado o con la lectura de algún libro o material que me inspire o me ayude a aprender y/o a cultivarme en alguna disciplina.
Una situación y sensación muy parecida me ocurrió cuando ya estaba en Argentina, después de unos meses de haber viajado visitando a amig@s y conociendo lugares de este país tan inmenso y maravilloso. En aquel momento, alquilaba un monoambiente en Buenos Aires, y seguía con mis buenas rutinas matutinas y con algunas prácticas incorporadas de respiración, meditación, lecturas, etc. enfocadas en el propósito de conocerme mejor y crecer espiritualmente.
Aún recuerdo, como en mi “proceso de argentinización”, un domingo bajé a la calle a buscar algunas cosas para el desayuno, y compré también un diario (de los más conocidos) para leerlo tranquilamente esa mañana. Me acuerdo como me senté en mi sillón de lectura dispuesto a conocer y saber más de lo que pasaba y se “pensaba” en el país, y lo que sentí al leer las primeras noticias y mensaje editoriales de aquél medio. Les aseguro que podía sentir “el odio y la animadversión” con que estaban escritos, y tras pasar varias páginas recibiendo las mismas sensaciones, decidí cerrar y doblar ese periódico, y no volví a comprar esa “prensa”.
Al igual que en nuestra vida afectiva y social, no queremos a nuestro alrededor “personas y relaciones tóxicas”, en nuestro afán por formarnos y estar informados, también deberíamos evitar esa toxicidad en la medida de lo posible.
Hoy lo podemos hacer eligiendo nuestros medios selectivamente por internet, leyendo y contrastando la información que nos pueda interesar y ser de utilidad, y acudiendo a las palabras de personas y profesionales que nos puedan nutrir el intelecto, que nos diviertan y hagan reir, y que en cierto punto nos inspiren y ayuden a prosperar. Y por supuesto, también está bien relajarse en determinados momentos, y pasar un buen rato viendo una serie, una buena película o un evento deportivo que nos guste (eso también es cuidarnos y hacernos bien!!).
El Poder de las Palabras como has visto es brutal e integral, y por ello debemos prestar atención consciente para que tanto las que utilicemos, como las que recibamos, sirvan para “alimentarnos” a nivel mental, emocional, fisiológico y espiritual.
Te comparto para finalizar 3-4 de las palabras más potentes que conozco:
GRACIAS
PERDÓN
TE QUIERO
Gracias nuevamente y muy buena jornada para vos!!
I.C.